El rafaelino fue uno de los primeros criollos en triunfar en Europa, en épocas donde jugar en el extranjero era difícil en serio. Charlamos con él de su carrera y su historia.
Siempre decimos que aquel que logra que se lo reconozca sin mencionar su apellido ha llegado a la cima. En el mundo del básquet, Marcelo es Milanesio, Pichi es Campana, Facundo es Campazzo, Manu es Ginóbili, Chapu es Nocioni y, sin lugar a dudas, Chocolate es Carlos Alberto Raffaelli. Escolta, de 1.92, con una mecánica de tiro perfecta, fue el gran goleador argentino, pero no solo eso. La pasaba bien, era inteligente y por eso marcó una época en los 70 y 80. Lo llamamos y hablamos largamente de todo un poco.
-¿En qué andás?
– Yo siempre anduve con emprendimientos inmobiliarios, tanto en Rafaela como en Buenos Aires en los últimos años, y ahora también estoy participando en algunos negocios como inversor en el rubro gastronómico. En cuanto a la representación de jugadores, en eso básicamente quedó a cargo mi hijo Sebastián. Si puedo lo ayudo o le doy una mano, pero no me meto demasiado.
– La primera pregunta que te hago es, vos sos parte de una generación en la que ser argentino no era algo positivo, sino todo lo contrario. ¿Alguna vez te resultó beneficioso?
– En mi caso no influyó mucho. Me tengo que remontar a cuando tenía 22 años y me fui a Italia. Ser argentino no agregaba nada. Los italianos en esa época miraban a los norteamericanos, y después a los extranjeros del Este. Ahora está todo mezclado. Entonces ser argentino no te beneficiaba nada. Ojo, ahora tampoco, porque en dos minutos saben todo de cualquiera.
– Vos te fuiste en 1976 a Italia. ¿En qué condición: extranjero, oriundo?
– Ese año salió una ley que se llamaba oriundo, que fue una prueba. Si tenías ascendencia italiana, aunque fuera tu tatarabuelo, te permitía jugar en esa condición. Pero estaba muy tirado de los pelos, porque presentabas un pasaporte de un abuelo o padre que decía que había nacido en Italia y pasaba. Eso se prestó a muchos problemas y dudas que surgieron después, por eso duró un año solo. Lo aprovecharon mucho los sudamericanos y los ítaloamericanos.
-¿Quiénes fueron con vos de acá ese año?
. Nosotros éramos cinco: Runcho Prato, el Gurí Perazzo, el Loco Draghi y Mario Viola, un uruguayo de 2.10 que después estudió medicina y dejó de jugar antes de los 30 años. A nosotros nos llevó Carlitos D´Áquila. También fue Monachesi, pero por otra vía. En esa época, los pases se vendían, así que Carlos hizo su negocio con eso.
– Vos todavía no habías prácticamente arrancado tu carrera acá en Argentina.
– Y no, porque tenía 21 años cuando me fui a Italia en 1976. Yo ya era titular en la selección argentina, habíamos ganado el Sudamericano de ese año en Medellín y era un poco la figurita más buscada, pero era uno de esos momentos en la Argentina donde las devaluaciones hacían que, de ganar 3000 dólares por mes, pasaras a ganar 100.
– Encima el país estaba convulsionado por el golpe de marzo de 1976.
– Claro, ni hablar. Pero me acuerdo que ganábamos ciento y pico de dólares. Ojo, que en Italia pagaban mil y pico, que no era mucho, pero significaba 10 veces más. Fui a la Fortitudo Bologna, en una ciudad tipo Bahía Blanca, y si bien era el segundo equipo de la ciudad, porque el primero siempre fue la Virtus, el contrato era bueno. Yo era titular, y de hecho al año siguiente jugué como segundo extranjero, pero la realidad es que allá no sabían cómo iba a jugar.
– Llegaste y tenías que demostrar.
. Llegué y tenía que demostrar.
-¿Cuando vos vas es la época de Bob Morse no?
– De Bob Morse, de Mobilgirgi Varese, de Dino Meneghin, Zanatta, Bisson, si si. Sandro Gamba era el entrenador. Ese equipo venía de ser campeón de Europa en 1976.
-¿Marzorati y Mike D’Antoni ya estaban?
– Marzorati estaba en Cantú, el club de toda su vida, porque él nació ahí. Y D’Antoni fue al año siguiente al Milano.
– Esa liga era más que la de España en esa época.
– En ese momento, seguro. No había ninguna otra liga como esa en España.
-¿Y cómo recordás esa experiencia? Pongámonos en situación. En esos tiempos, Argentina prácticamente no jugaba nada a nivel internacional, porque había jugado el Mundial de 1974 después de no estar en 1970 y no volvería a estar hasta 1986. Ni hablar de Juegos Olímpicos. Solo estaba la Intercontinental. Para un argentino, codearse con los mejores de Europa era inédito.
. Claro. En 1977 se jugó la Intercontinental y hubo algo de roce, pero en esa época era muy difícil clasificarse a los torneos grandes, porque además el sistema era distinto. A los Mundiales ibas desde el Sudamericano y a los Juegos Olímpicos desde los Panamericanos, y a nosotros se nos hacía complicado ganarle a los equipos de la región. Encima para el Mundial de 1978 se clasificó desde el Sudamericano de Valdivia en 1977, donde a mí la Fortituto no me dejó ir porque teníamos que jugar la final de la Copa Korac. Como no me dejaron, Miguel Mancini, que manejaba todo en la CABB, habló con Boris Stankovic, que era muy amigo suyo y secretario general de la FIBA, me suspendieron y no me dejaron jugar tampoco la final de la Korac, así que me quedé sin el pan y sin la torta. Claro, la final la jugábamos contra el Split, que era yugoslavo, entonces le cerró todo a Stankovic. Perdimos igual por poco, 87-84.
– En ese momento, sacate la humildad de encima, ¿a qué nivel estabas en Europa?
– Mirá, no sé, pero yo sentía que podía jugar de titular en cualquier equipo de Italia.
– En esos años promediaste 20 puntos por partido, que siempre fue mucho.
– Sí, siempre fue mucho. Después se le empezó a dar más bola a la estadística, pero bueno, eran muchos puntos. Sin triple. Yo me consideraba que estaba para jugar a cualquier nivel, no te digo para salir campeón de Europa, pero podía estar en cualquier equipo que no fuera Top 3 del continente.
-¿Por qué no te quedaste después de esos dos años jugando como extranjero?
– Bueno, Mancini me insistía todo el tiempo para que me volviera a Obras. Viajaba a verme y me tocaba el timbre del departamento. Yo tenía 22 años, pero ya estaba casado y estaban por nacer los mellizos. Yo podría haberme hecho italiano y jugar como nacional, pero los dirigentes no se avivaron. Mancini me terminó convenciendo porque me pagó el doble de lo que ganaba yo en Italia, y me dio un departamento de tres ambientes como firma. Para ganar esa plata en Italia, tenía que esperar 3 o 4 años. Entonces me vine. Yo no tenía a nadie que me asesore y era muy joven.
– En esa época no había representantes.
– No, no había. Porque D’Áquila en realidad fue solo un intermediario.
– La experiencia no te la olvidaste más.
– No, obviamente, porque era otra cosa. Para mí era la NBA. Estadios llenos, otros estadios, la gente, un torneo de calidad como el europeo que jugamos. Y para colmo en una edad justa, en la que querés demostrar que servís.
-¿Tu equipo era top 3?
– Nooo, era un equipo de abajo, que tuvo suerte con la elección del oriundo y con la del extranjero, que rindió muy bien. Se llamaba Fessor Leonard. Tenía 2.10 y hacía un laburo defensivo muy bueno. Se murió al año siguiente. Se fue a jugar a Suiza, y murió en un incendio en su habitación. La expectativa que tenía el equipo antes de empezar era salvarse de bajar a la A2, y terminamos jugando la final del torneo contra el Cantú, que era un equipo de punta, como el Varese, la Virtus y Milano. En la segunda temporada los demás se reforzaron, sacaro el oriundo y cambió la cosa.
– Volvés a Obras, a la Argentina, y empieza la gran década del club en su historia.
– Sí, la década del 80, con la llegada de Flor Meléndez y Ranko Zeravica. Era el equipo más importante que había en el país. Teníamos media selección y mucho rodaje, porque organizaba varios torneos al año.
– Ese Obras, por ejemplo, con vos, el Tola Cadillac, Romano, Camisassa, Frazer, Butler, Barnhill y demás, ¿competía en el campeonato de Italia?
– Sí, sí, sin ninguna duda, y competía arriba. Con un buen entrenador, por supuesto. Obviamente, teniendo una ambientación. Si no te pasa como con San Lorenzo, que juega bárbaro acá, arrasa, y después juega contra el Salónica o este año contra la Virtus y pierde por veintipico. Ahora, si lo ponés a jugar todo el torneo, yo creo que podría competir. El problema es cuando te cambian bruscamente de un nivel a otro.
– Ese Obras creo que reunía todavía más buenos jugadores juntos que este San Lorenzo.
– Y puede ser. Los mejores jugadores estaban ahí. Después estaba Ferro también con el reclutamiento que hizo León (Najnudel), y lo puso también a ese nivel. El torneo de Capital en esa época tenía tres o cuatro equipos muy fuertes, con Gimnasia La Plata y Lanús, ponele, pero el resto de los equipos eran pobres. Iba muchísima gente a los partidos.
-¿El rival clásico de los 80 fue Ferro o Gimnasia?
– Cada uno tuvo su momento. Contra el Gimnasia de Metcalfe y los dos Jackson, más Mel Daniels, eran duelos tremendos. Después estuvo la etapa de Obras-Ferro, cuando Ferro fichó a Berry y Terry, que no entraba un alma en los partidos. Nunca más se vivió algo así. Lanús fue otro rival clásico, pero antes, a mediados de los 70.
– Algunas cosas puntuales. ¿Cómo recordás el proceso del Preolímpico de 1980? Porque volvamos a poner la situación en contexto. Argentina no jugaba Juegos Olímpicos desde 1952.
– Lo que pasa es que a los Juegos Olímpicos te clasificabas desde los Panamericanos, y ser Top 3 ahí para nosotros era imposible. Nos costaba un huevo ganarle a Cuba, Puerto Rico, Brasil, Uruguay, Panamá, Canadá. Teníamos que jugar diez mil puntos. Lo que recuerdo es que nosotros fuimos a los Panamericanos de 1979, el año anterior, y lo hicimos muy bien. Jugamos bárbaro. Ya en ese Panamericano estaba Ranko Zeravica (NdR: entrenador yugoslavo con altísima reputación mundial, que de hecho luego dirigiría a Yugoslavia en Moscú 80), que fue la persona que nos cambió la cabeza. Empezamos a conocer cómo era el juego.
-¿Cómo se podría explicar lo que hizo Zeravica?
– Mirá, cuando vino Flor Meléndez a Obras, que fue unos meses antes que Ranko, él tenía una visión americana del juego. Ranko, cuando llega, todos pensábamos que iba a venir con muchas jugadas y sistemas, y en cambio él vino con cosas simples, como jugaba Yugoslavia. Tomar buenos tiros, perder pocas pelotas, cuándo había que intentar correr y cuándo no, cuándo había que lanzar y cuándo no, cómo había que defender, cuáles eran los puntos débiles y fuertes de cada equipo,… y nosotros pudimos captar eso, entonces le tomamos una gran admiración como entrenador, porque le creimos. Ranko te decía que había que ir por acá, e íbamos todos por acá. Entonces nosotros cobramos vida con eso, y aparte teníamos la edad justa, todo con 26/27 años.
– Era la época de muchísimo talento de Yugoslavia: Delibasic, Dalipagic, Kicanovic, Slavnic, Cosic, etc. .
– Sí, mucho talento, pero también tenían esa idea de que había que entrenarse a full, al ciento por ciento. Mucho fundamento. Nosotros estábamos acostumbrados a hacer por ejemplo entrenamientos de tiro de cinco estaciones, 20 tiros de cada uno: 100 tiros. A pie firme. Entonces te alcanzaban la pelota y tirabas. Vino Ranko un día y dijo «vamos a hacer 10 minutitos de tiro, una pelota cada uno». Nosotros le preguntamos quién nos alcanzaba la pelota. «No, nadie, tiran, van a buscar el rebote, tiran de nuevo y así». Entonces terminamos y nos preguntó «¿cuántos metiste?». No, no los conté. Entonces nos dijo de hacer otra ronda de 15 minutos, pero contando los tiros metidos. Tiramos. Cuando terminó le preguntó a cada uno cuántos había metido. Uno le dijo 32, otro 38, otro 40. «Ah, bueno, están lejos. Kicanovic en 15 minutos mete 74». Te metía el dedo en el culo entonces al otro día tirabas con más velocidad.
– Volvamos al Preolímpico.
– Veníamos de los Panamericanos de jugar prácticamente contra los mismos rivales. Le llegamos a ir ganando por 30 a Brasil, aunque terminamos perdiendo. Le hacíamos partido a todos. Era la época en la que Puerto Rico te pintaba la cara.
-¿Fueron con expectativas?
– Sí, una expectativa grande. Zeravica llegó sobre el torneo. Él no era el entrenador, era el Bala Ripullone, pero para nosotros Ranko era vital. Estábamos convencidos que podíamos clasificarnos a Moscú 80.
– Ustedes no tienen un gran arranque en el torneo, perdiendo dos de los primeros tres, contra Puerto Rico y Canadá.
– Canadá tenía un equipazo, con Leo Rautins. Después le ganamos a Uruguay, que siempre era un partido difícil, y nos tocaba contra Brasil el partido que, ganando, nos metíamos en los Juegos. De hecho el partido final contra Cuba no nos jugábamos nada.
– Ese partido contra Brasil, si hubiese sido televisado, por ahí entraba en la historia de los top 10 de la selección argentina. Brasil tenía un equipazo: Oscar, Marcel, Carioquinha, Marquinhos…
– Y, le sacamos ventaja de entrada. Estaba Gilson también, Helio Rubens.
-¿Tenían noción de lo que significaba ir a un Juego Olímpico?
– No, ni idea. Obviamente que ir a un Juego era lo mismo que ahora para cualquier deportista. Tocar el cielo con las manos, y por eso entramos a jugar el partido contra Brasil como el juego de nuestras vidas.
– Metiste 36 ese día.
– Sí, 36. Creo que fue el mejor partido de mi carrera con la selección. Por lo que significaba el partido sobre todo. El festejo fue impresionante. Había bastante gente. Estaba Campaniello, Osvaldo (Orcasitas), Gilabert, Lopecito, Alejandro Fabbri…
-¿Te acordás cómo te enteraste que no iban a los Juegos por el boicot del gobierno militar?
– No, no me acuerdo sinceramente. Antes del Preolímpico se comentaba que podía pasar, porque Estados Unidos ya había avisado que iba a boicotear los Juegos. La CABB estaba intervenida por un militar en la presidencia, que era Campodónico. Fue una gran bronca la que sentí en ese momento, pero la verdad es que cuando sos jugador pensás que esa etapa no va a terminar nunca y que siempre vas a tener una chance para ir. Yo tenía 25 años. Me parecía que a lo mejor podíamos ir al siguiente. No fue así.
– De hecho jugaste el Preolímpico de 1988 en Uruguay con 33 años, pero en esa época 33 era ser muy veterano.
– Claro. El tema es que yo me rompo el tendón de Aquiles en 1983 en Montevideo, en un Sudamericano de Clubes. Fue un 19 de julio. Eso me cambió todo. Después de una lesión así te queda una pierna nueva. Nunca más volví a ser el de antes. Tuve que aprender de nuevo a jugar de otra manera.
-¿Te hubiese gustado nacer un poco después para aprovechar más la Liga?
. Y sí, pero eso es lo mismo que los que te dicen mirá si hubieses estado ahora la plata que ganarías. Claro que sí, hubiera sido bueno agarrar la Liga con Obras mismo en el arranque, porque perdimos dos años. Mancini no quería ir a la Liga y complicó todo. En 1984 jugué el torneo de Capital y la William Jones de San Pablo. La verdad es que hubiese sido lindo jugar más años la Liga. Cambió todo. Viajabas por todo el país, todo el año, te entrenabas de otra manera. Fue una revolución. Como después cambió también el tema de los entrenadores, que supieron aggiornarse. Creo que eso fue fundamental también para crecer.
-¿En la Liga qué te quedó como recuerdo? Ascendiste con un equipo de Concordia desde la B de entonces (hoy Liga Argentina), con un equipo con muchos nombres conocidos.
– Y sí, porque estaba Chiche Gornatti, Vecchio de entrenador, Esteban De la Fuente, Gustavo Aguirre, Vicente Pellegrino…fueron muy lindos años esos. Teníamos toda la ciudad atrás.
-¿Qué te pasó cuando viste el surgimiento de estos chicos que se colocaron al máximo nivel mundial?
– Todas estas cosas se van dando sin que te des cuenta, hasta que llegan los logros. Y además se empezaron a ir afuera. Pero mientras estaban acá no ves lo que va pasando. ¿Quién se pensaba en el 2002 que iban a jugar el Mundial que jugaron? Lo mismo que ahora en el de China. Nadie. Pero la experiencia internacional más la competencia local que tienen creció muchísimo.
– La camada tuya de 1980, por ejemplo, con ley Bosman, ¿era una camada de proyección internacional?
– No sé si los jugadores hubiesen podido irse todos a jugar afuera, pero la verdad es que ese equipo jugaba muy bien. No teníamos altura. El único grande era Luis González, con 2.10, pero seguramente podríamos haber mejorado muchísimo. Igual estábamos bien porque tuvimos un muy buen entrenador a la edad justa.
Fuente: Básquet Plus